16 nov 2008

No es un dia cualquiera

En la cama, descanso en el sueño inconsciente en medio del despertar. Con una mezcla de gana y desgana, espero que su mano busque mi cuerpo con deseo en respuesta a mis tanteos. Hoy tampoco será. Esclavo de la rutina, me levanto directo a la cocina sin darle más vueltas al deseo no cumplido. Si le diera más vueltas solo conseguiría salir herido. Los primeros minutos de la mañana soy una máquina frágil mientras me preparo el desayuno con los ojos medio cerrados. Nada pienso mientras deposito tres medidas de café en la exprés y pulso el botón de la radio para oír la primera y conocida voz del día. Me siento sobre el taburete en la esquina una encimera negra de granito pulido mirando el reflejo moteado de mi rostro y en silencio espero que nada cambie ese momento. Con la taza llena y una galleta mojada en la mano, dejo que la mente vague durante otros tantos minutos. Ese será el único momento de verdadera paz en todo el día. Por eso me levanto más temprano de lo necesario, porque ese momento es mío. Pero hoy algo se ha movido dentro de mí y a santo de nada he tenido un deseo. No sé porque. En la radio los mismo atentados, los mismas declaraciones, caídas de la bolsa, goles... incluso el tiempo se mantiene sin variación. El mismo anticiclón. ¡Un deseo para hoy! salir a la calle para ir al trabajo, caminar, caminar y pasar de largo la calle de la oficina y no parar, caminar todo el día y por la tarde... ¿? Mi tiempo ha espirado y con calma despierto a mi hija. ¿cinco minutos? Pregunto conociendo la repuesta, ella asiente levemente. Subo un poco la persiana y de nuevo me dirijo a la cocina. Mientras hago su bocadillo oigo como en silencio mi mujer se ha levantado y el ruido del agua que lava su cara se pierde por el lavabo llevándose las últimas estrellas de la noche. Se asoma a la cocina, se acerca tierna y tibia y la beso, me besa y en el abrazo el calor de su pecho me estremece. El mejor beso es el de la mañana, cálido, tierno e inocente sin el duelo que lo mantuvo esquivo la noche anterior. Muchas veces la deseo por el deseo, por quererla, por sentirla, por saberme ¿sabes?. Pasado el momento otras caricias se las lleva mi hija mientras la voy despertando negando cinco minutos más. Es el juego de cada día donde poco cabe para la novedad. Me he acostumbrado al mismo camino de cada día, a ver la misma gente en los mismos portales, en las mismas esquinas y en los mismos bares, a comprar un panecillo en la misma panadería. De tanto en tanto hay una dependienta siempre seria a la que compro el pan. Ella es seca, justa en gestos y me sorprende que atienda sin el más leve gesto de simpatía. Quizás está cansada, hastiada de cosas que poco tienen que ver con estar detrás de un mostrador para vender el pan. Cada día me despido con una sonrisa, es todo lo que puedo hacer por ella. Al salir de nuevo a la calle, una ráfaga de aire fresco y limpio me da en la cara. Viento que como por arte de magia o por la mano de la fortuna o porque tanto lo necesito y así lo quiero, se lleva las nubes que oscurecen mi horizonte. Un cosquilleo que baja por la nuca me hace estremecer, y sin razón consciente cruzo la calle y paso de largo la esquina que hubiera torcido para llegar a mi trabajo. Sin otro pensamiento que la ausencia del mismo, sigo caminando hacia el frente, siento emoción mientras a paso cadente cruzo el parque vacío mudo testigo de una escapada hacia delante. Las escapadas han de ser hacia delante me digo, pero por un camino diferente al conocido. A la vista de las calles, no llego a salir de mi asombro por cómo se ha producido todo, no le encuentro lógica a verme con la chaqueta, zapatos, camisa y pantalón de diario, con la cartera cruzada sobre el pecho caminando en sentido contrario a las agujas del reloj que marcan la rutina de cada día. Alejado de los sonidos que llenan mi mañanas enfilo el desvío en pendiente que el asfalto revela hasta la línea dura en que la tierra disputa el suelo de un camino que me lleva a esa riera tallada entre almendros y zarzales. Poco a poco es la rebeldía de esta huida la que se hace lógica y racional. La oficina no huele así, ni tiene este color ni este tamaño. Todavía no me lo creo. Mientras, a cada paso el camino se abre para llevarme hasta cualquier sitio mirando todo con detalle para no perderme nada. ¡No!, me dice una voz, ¡no lo hagas! deja que tu mente vague, que divague. Deja a tu mente en paz consigo mismo. Deja que piense lo que quiera, que después te lo cuente. Y así la dejo hasta que un sonido cierra el telón de los sentidos. Un móvil. Perplejo miro la pantalla verde luminosa que dice OFICINA hasta que tres tonos después queda mudo por iniciativa del dedo gordo. Él ha sido más rápido que mi reacción de pulsar otra tecla y saludar con un Buenosdiasdigamé. El solitario dedo gordo de la mano, que apartado del grupo dictamina vida o muerte, en la boca del bebe calma su miedo, su hambre y la ansiedad, ese mismo dedo que en la carretera con un gesto me transportaría por caridad al otro lado del mundo ha decidido por mí. Mientras, camino por entre los almendros, la chaqueta hecho un ovillo acaba en la cartera junto con el boli, el móvil, la corbata y las llaves que me recuerdan que tengo una casa a donde volver, llaves que como el cencerro de un rebaño con su clinclanc, a cada paso me recuerdan lo que soy. Pero hoy todo es diferente, de eso se trataba ¿no? Quizás mañana me despierte feliz sabiendo que no lo he soñado. Quizás mañana me despierte entre sus brazos.

4 comentarios:

100 grados y 21 gramos dijo...

Es domingo y la oficina. Una mujer, una nena que pide cinco minutos más y "quizás mañana me despierte entre sus brazos". ¿realidad o ficción?
Ahora soy yo la que pregunta.

Saludos

codromix dijo...

yo tambien quiero pasar de largo y quitarme la corbata y dejar un rastro de cosas y objetos que no necesitare jamas, pero.... vuelvo siempre por el mismo camino

Anónimo dijo...

Todos soñamos alguna vez con romper con todo...salir de la rutina y sentirnos absolutamente libres... Pero sin esa rutina, sin esos "cinco minutos más", sin la caricia tierna de quien te quiere,admitámoslo, sin eso, estamos solos, perdidos. El hombre necesita de sus rutinas para poder romperlas. Y se da cuenta de que necesita todo el amor que tenía cuando lo pierde, y es más, se da cuenta de la magnitud de ese amor cuando no tiene ninguna "rutina" a la que aferrarse...
Besos

100 grados y 21 gramos dijo...

gracias R.

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