De tanto en tanto, ocasionalmente al principio, algún oportunistas se apuntaba al espectáculo. Los que servía en pocos días adquirían la perfecta estática, los que no aparecían desgarrados, desmembrados, mutilados y repartidos en contenedores de basura repartidos por diversos barrios de la ciudad. Al ser casi su imposible reconocimiento, el periódico hallazgo de estos miembros daba la engañosa sensación de que continuamente se estaban cometiendo atrocidades.
Poco a poco las estáticas figuras humanas fueron ocupando plazas, paseos, avenidas y glorietas. Ocuparon esquinas, soportales, arcos del triunfo, bocas de metro, oficinas, comedores, cocinas, dormitorios, sillas, sillones y camas.
La ciudad se paró y nada quedó en movimiento para poder explicar lo que pasó.
Hoy en día la ciudad es un, museo de piedra estática visitable de 9a.m. hasta antes de que se ponga el sol y ojo con quedare dentro porque en el censo de Google, aparecerá una nueva escultura a la que solo se le podrá echar monedas, dejarle unas flores y llorar.
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