La Cuidad Devora

Hay días en que la ciudad devora, es el leviatán de estos tiempos y el coche su instrumento para dar rienda suelta a los instintos primigenios con que pone a prueba la paciencia y la cordura de los que van dentro. Ligados por un cinturón, con los sentidos en alerta roja bullen las alarmas a una velocidad de vértigo y el que no viene por delante lo hace por detrás y por un lado y por el otro, presionando en una carrera contra un tiempo que se pierde, siempre, sin remedio desde que nacemos.
Y uno, pobre de si, metido en su armadura sobre ruedas se cree un Dios. Hay fuera, y yo entre ellos, veo a individuos en carreras frenéticas por llegar al siguiente semáforo los primeros. Adelantar al que va delante, evitar que otro le supere en perpetuo movimiento. Y en una pausa roja escucho el titular de sucesos “le rozó el hombro al pasar… le miró con desprecio… le asestó dos navajazos… se desangró en el suelo…” quizás estamos hechos para vivir juntos pero no revueltos o quizás ni eso. Yo mismo, con quien mejor me entiendo es conmigo. Lo mío me ha costado, lo mío me cuesta y cada día es un nuevo intento.
Hay días en que todo es duro, esquinado a escuadra, sin corazón. El asfalto cortado en el bordillo, las esquinas afiladas y las plazas y los parques para niños, también de cemento. ¡Los árboles están muertos!. Si me dijeran que son de plástico lo creería. Clavados en un metro cuadrado me pregunto como han crecido. Esclavos, sordos, cancerosos y piadosos siguen dando su sombra más gris que verde a esta feria de locos.
Hoy me siento un tanto cansado. Se lo explicaré a alguien, quizás oiré tu voz si estas mejor que yo, si aun me quieres. Y en casa, al filo de otro día leeré un rato y quizás sonría tranquilo con un gesto de sosiego y sin prisas te de un beso.