7 may 2008

La ventaja de vivir en un rascacielos es la altura


Hace un tiempo, no recuerdo por que, escribí esto. Lo encontré duro, injusto, perverso, pero no por ello menos real. Ahora, al leerlo de nuevo, me sigue pareciendo difícil como cuando escucho una de esas tristes noticias que cada poco tiempo nos informan de la muerte de una mujer a manos de su marido.

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La ventaja de vivir en un rascacielos es la altura. Desde aquí arriba se tiene una perspectiva más amplia del paisaje, de la vida, incluso de uno mismo.

No habían pasado dos horas desde que se quedo sola con los insultos, el tortazo y el retumbe de un portazo punto final de la última discusión, esta vez será la última, pensó. Siempre tenían que acabar discutiendo por la televisión, por quien tenía el mando, por la tapa de váter bajada o por la ropa sucia dejada en cualquier rincón o apelotonada en el rincón de la ropa sucia pero fuera de la cesta que para eso estaba. Manía de esas que curiosamente suelen tener las mujeres, bien por ser mujeres, bien por preocuparse de un cierto orden casi siempre pisoteado con desorden. Ella sabía que cualquier cosa era una excusa con que encubrir que entre ellos ya no había amor.

No podría decir cuando ni como sucedió que la mirada de él paso de de largo su presencia al llegar a casa. Su mirada que antes se posaba en su nuca, en su boca persiguiéndolo a la espera cada vez por más tiempo, de un beso, o sencillamente de una palabra de las que invitan al abrazo.

Tanto le di que se acostumbró, se decía, y ahora que yo le busco me siento ignorada. Había superado la enésima crisis pos-matrimonial, la de los treinta, la de los cuarenta, la de ya no soy joven, la de teñirse las canas y la de la dieta del pomelo a la búsqueda de la figura que le sentara bien al bañador que sabía ajeno a su figura. Y ahora la undécima. Y él tan en su mundo que después de 22 años se da cuenta de lo poco que lo conoce. O de cómo no deja de sorprenderse de cómo ha cambiado, alejándose de ella sin hacer ruido, sin rozar apenas su consciencia, como una bruma o una niebla distraída por un circulo de amigos que poco a poco han dejado de ser comunes. A veces, pensó con rabia, parecía tan básico como aquel correo electrónico que un día le envió Natalia en el que punto por punto numeraba una suerte de decálogo machista cuyo título era “Somos Simples ¿y que?”.

Aun recuerda alguno de ellos:

· Si piensas que estas gorda, muy probablemente sea cierto. No preguntes. Me negaré a responder.

· Si haces una pregunta para la que no quieres respuesta, no te extrañe una contestación que no quieres oír.

· Somos SIMPLES. No hace falta que preguntes en que pienso, el 96,5% de las veces será en Sexo. Y no, no somos unos guarros, es simplemente lo que más nos gusta, desgraciadamente SOMOS SIMPLES.

· A veces no estoy pensando en ti. No pasa nada. Por favor acostúmbrate a ello.

· No me preguntes en que estoy pensando, a menos que estés lista para hablar de temas como la política, la economía, él fútbol...

· Domingo = Paella = Siesta y Tele. Es como la luna llena o la marea. No se puede evitar.

· Cuando tengamos que ir a alguna parte, absolutamente cualquier cosa que te pongas esta bien. DE VERDAD.

· La mayoría de los hombres tenemos tres pares de zapatos. Insisto SOMOS SIMPLES. ¿Que te hace pensar que sirvo para decidir cual par de los treinta que tienes te va mejor?

· Una jaqueca que dura 17 meses es un problema. Que te vea un medico.

· TODOS los hombres vemos nada más que 16 colores. El melón es una fruta, no un color. ¿Que diablos es el color fucsia? Es más, ¿Cómo cojones se escribe?

· Si te pregunto si pasa algo malo y tu respuesta es "nada",te creeré y reaccionare como si nada malo pasara.

· Y por fin

· Regla genérica. Ante cualquier duda sobre nosotros, piensa lo más sencillo.

La soledad del éxito y la falta de un que hacer real, o lo que ella llamaba su vacío interior en oposición a la vida interior que tanto preconizaban los autores de moda, y ciertas lecturas un tanto complejas no habían contribuido mucho a nivelar su balanza interior. Todo lo contrario, no habían hecho otra cosa que confundirla en sus quehaceres cotidianos, confusa de sí misma. Demasiado cuestionar y buscar donde no se debe.

Pero ahora se encontraba bien, había dado un paso sin vuelta atrás. Se sentía libre y ligera, sentía el viento en su cara, en su pelo y en su cuerpo desnudo. Quería pasar a mejor vida sin ningún lastre ni atadura a un pasado que le fallo. Solo ella con sus recuerdos de la infancia, de su padre y de cómo quiso recordar a su madre, pobrecita que murió en el parto.

Vio el mundo pasar en un solo instante y por muy lejos que se esté del principio cuando se llega al final todo lo demás está de mas, tiempo y espacio pierden sentido para cobrarlo en una nueva dimensión. No le dio tiempo para pensar en ello, quizás porque el edificio no era lo suficientemente alto o por que parpadeó y al volver a abrir los ojos su cuerpo se reventó contra el parabrisas del Audi de su marido mientras que éste mando en mano pulsaba el botón del cierre con un BipBip. Buuuuuuuuuump…

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