Las ambulancias ven como sus sirenas escapan nadando semidesnudas por las alcantarillas como entrando en un parque de atracciones. Los sanitarios entonces tienen que poner un radiocassete con una cinta de Chiquetete para reanimar al pasajero y si eso no funciona, la marcha fúnebre, entonces ya no hay urgencia.
En las canchas de basquet de los parques, las redes de las canastas se llenan de boquerones, cangrejos, sepias y latas de cocacola oxidadas.
Los ríos de agua de lluvia, al bajar por la falda del Tibidabo inundan los pasos cebra y los cocodrilos las atacan cuando quieren pasar al otro lado de la calle mientras cámaras de vigilancia filman documentales para el National Geographic.
Las gargolas de la Catedral y de Santa María del Mar escupen a borbotones y se mean con fruición sobre turistas curiosos e ingenuos que indignados miran hacia arriba. Ellas aprovechan para saludarlos con cortes de manga, muecas y burlas.
En la Sagrada Familia los arboles de piedra crecen sobre sus pedestales y las palomas del espíritu santo se cobijan bajo los balcones de los pisos circundantes donde las viejas beatas aprovechan que no pueden salir de casa para confesarles sus pecados de juventud.
En la ciudad de los prodigios cuando llueve en abundancia, los semáforos se encienden como guirnaldas de rojo, verde y ámbar para que los coches formen mil caravanas y con sus bocinas avisen del bombardeo de agua con que nubarrones anti sistema atacan nuestras conciencias protegidas bajo excusas hipócritas como negros paraguas .
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