Habíamos quedado como tantas otras veces después de años de no vernos, tras aquel encuentro no esperado en circunstancias de novela, de las que dan para iniciar un libro.
Historias que suceden pero leídas parecen inventadas.
El día era gris, llovía, nos fuimos a tomar algo. Un bar bohemio, cargado de nostalgia, como el paso que nos llevó a un rincón de la sala. Sorprendido de estar a su lado, me fijé en su pelo, sus ojos, la mirada, las arrugas de su sienes, sus labios. Estábamos hablando y estábamos callados, nos mirábamos dejando el mundo a un lado, las sonrisas crecían en silencio y como un ave que hecha a volar, una pregunta voló en ese espacio
- ..., ¿puedo hacerte una pregunta?
- Si
- Y dos, ¿puedo?
- ¿dos?... creo que si...
- Y mil, dos mil, diezmil?
- ...
Preguntó y yo contestaba, luego yo ... y ella... y seguimos así tiempo hasta que nos echaron. Pero de la calle nadie podía echarnos; y aquello no ha parado porque cada día nos sorprendemos con algo.
Desde entonces, entre risas y miradas cómplices queda una pregunta muda sin respuesta, ¿hasta cuando?
Preguntó y yo contestaba, luego yo ... y ella... y seguimos así tiempo hasta que nos echaron. Pero de la calle nadie podía echarnos; y aquello no ha parado porque cada día nos sorprendemos con algo.
Desde entonces, entre risas y miradas cómplices queda una pregunta muda sin respuesta, ¿hasta cuando?
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