Sabía que lo mas difícil sería abrir los ojos. Con el mismo esfuerzo que haría si tuviera que romper cientos de hilos que me atan a la almohada, tal y como le pasó a Gulliver, después de mover el tronco, conseguí sentarme en el borde la cama todavía un poco incrédulo y catatónico.
Dentro de mi cráneo, una neurona que está de guardia le pregunta al secretario de la conciencia donde está su jefe - está inconsciente, grogui-. Imagínate–dice el secretario-, a estas horas, ¿quién funciona?
Solo mi conciencia sabe a estas horas el por que del ¿por qué tengo que hacer esto?.
Eso se sabe dos pedaladas después de sentarme en la “burra”, mi “burra betetera” como la llamo de buen rollo, entre colegas. Se comporta, no se pincha ni me deja tirado.
Todavía con la mente en blanco me lavo la cara como los gatos. Yo no soy el protagonista de los anuncios en los que un macho-man se lava la cara con agua congelada después de afeitarse, noooooo, no señor. Todavía está muy fría para pasármela por la cara.
Palpando las paredes del pasillo llego a la cocina pidiéndole a nadie un café. Oiga, señor, van a ser dos tostadas con margarina, una con mermelada de melocotón y la otra de zarzamora, barreño de café con leche y una barrita de pastel de frutos secos cortesía de una amiga. Después de cargar pilas me voy a por la burra.
A estas horas, soy el único ruido de la casa y cerrando con sigilo la puerta dejo el silencio como estaba.
El día promete. Es algodonado sobre un cielo azul pálido. La luna todavía luminosa desafía el albor y el fresco mañanero me dice que ya ha llegado el Invierno al Cortes Inglés
Me espera Julio y nos vamos. Subiremos por una pista hasta el principio de la Carretera de las Aiguas. Desde arriba se ve el Pirineo, incluso el Puigmal recortándose sobre la cadena de la Hoya de Nuria.
Barcelona y parte de su área metropolitana, están a nuestros pies y la claridad del aire nos permite avistar desde el Garraf hasta Mongat. A buen ritmo recorreremos esta pista que hace de mirador a la Gran Ciudad. Haciendo este paseo a pié, uno entretiene sus cavilaciones distinguiendo edificios y monumentos conocidos, relevantes o particulares y otros se desconectan corriendo con y sin perro al lado. Los de esta condición, los del aire mañanero empezamos a vernos por todas partes y de todos los colores. Unos corriendo, otros andando y los demás en bici. Eso de ponerse a correr hasta agotarse es bien curioso. Yo, cuando mejor me siento es cuando acabo una vuelta inhumana en la que me haya dejado los higadillos (encebollados), los riñones (al Jerez), o haya sufrido mas que una madre de trillizos sin epidural.
Lo comento con otros colegas y es igual. Claro que mis colegas están tan pillados como yo pero cada uno a su manera. Los quiero. En esto estoy cuando llegamos al final de este sendero a media montaña.
Ahora nos ponemos el traje de trabajo y comenzamos a subir hacia la carretera de las aguas. Esta mañana abundan los ciclistas, gente a la que le va la marcha o esta loca, o las dos cosas a la vez, o ninguna de estas dos cosas, aun qué particularmente no conozco a nadie que le pase esto último, palabra que no.
En la Font Groga comemos barritasdemuesli de conchocolateyguindas. Yo no se si sirven o no, pero están de vicio y tengo hambre.
La pista baja por un sendero de pizarra negra y brillante que resbala como la madre que la parió, pero no me caigo. Entonces aparece una raíz enorme y pelada, todavía mas brillante y resbaladiza que las pompas de jabón y aquí si que me la doy. Me he incrustado la barra del cuadro en mi condición masculina. Me quedo sin aire y sin comentarios. Una sonrisa disimula el dolor y una lágrima se me escapa mientras Julio también sufre de dolor por el ataque de risa. ¡que sufra!
Una vez ya me hice un siete en un huevo y no lo quiero repetir. Fue con una Vespa pero eso esotra historia. Bajo la cúpula de robles, olmos y otros árboles que no se como se llaman, el suelo está cubierto de un manto de hojas, un muestrario de tonos verdes, negros, ocres, amarillos y rojos. Es un placer rodar sobre este suelo alfombrado que antes del otoño fue techo allí en lo alto.
A la ermita de Sant Medir llegamos siguiendo una flecha amarilla y una concha del mismo color pintada en una roca del camino.
Recuerdos del camino. Siempre sale el camino a relucir. Si no es el, es su gente. Hoy también han venido.
En la continuación, el sendero está de obras. Están atacando al camino original, un sendero propio para el paseo en fila india, abriéndolo como una pista para transitar en 4X4. ¿para los bomberos? ¿para hacerla mas transitable? y para qué, si antes no se ponen los medios para preservar el entorno de bolsitas, lastas y paquetes de tabaco. Siempre hay algo que me recuerda lo que todavía nos falta por aprender para vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos.
Este camino es un autentico lodazal. Las ruedas se hunden en el barro y a duras penas conseguimos ir pasando zonas de categoría 10 en la escala de Murphi, el de las leyes, sobre charcos, barrizales y otros caos.. La salida está siendo dura pero muy gratificante. Al final por un motivo u otro, siempre vale la pena este esfuerzo. Sin esfuerzo no estaríamos donde estamos. ¿Verdad Julio?
En la masía de Can Borrell con mejor tiempo y mejor temperatura, siempre hay una multitud de “beteteros” poniéndose hasta las cejas de Xai o butifarra a la Brassa, pa’m tomaquet con fuet, y vino de la casa.
Nosotros volveremos por la carretera de Horta hasta conectar con la pista lejos del asfalto y de estas tentaciones de la comodidad.
De nuevo en la placeta de la Font Groga nos volvemos por la carretera de las Aiguas charlando tranquilamente, que no es lo mismo que pedaleando tranquilamente, pero si disfrutando los últimos minutos de una salida bien interesante.
Estamos de vuelta. Hemos pasado las máquinas de rodar por la manguera y ahora, con un kilo de barro seco de menos, vuelan sobre la carretera.
Ahora si que nos tomamos una cazuela de caracoles en salsa, cerveza y cortado. ¿ves como valen la pena estos madrugones?.
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