Llegaron al camping pasado el mediodía, a la hora en que el calor comienza a apretar de verdad.
Durante la mañana, el flujo de entradas, de nuevos campistas había sido continuo, flujo de entradas y de salidas, esperas en la recepción para registrarse, para que un mozo acompañase al recién llegada hasta la parcela asignada, espera para pagar, para hacer efectivo el pago de los días pasados, un prologo de la espera que al final a todos nos llegaría afrontar el último día.
Pensé en ese último día, el definitivo, el que no se sabe cuándo será. Hay quien pasa la vida esperando compungido a que llegue y le llega sin haber vivido, otros que adelantan la fecha por propia decisión, los que no se enterará de que han vivido ni para qué y los que la viven como si cada día fuera el último. Y los que la vida de otro absorbe la suya y sencillamente, no viven.
Este es el caso de los que llegaron pasados el mediodía. Él, contrariado por la parcela asignada con más sol que sombra, es que no se puede venir a estas horas; ella mordaz y seca con un látigo en la lengua, ¿a ver si no puedo despedirme de mi madre? Como tu no tienes… El hombre se paró en seco, a veces te… mi madre murió hace un més por si no lo recuerdas. Su mirada se volvió negra, ella le volvió la espada- Mira, me voy con los niños a ver la piscina que estás que no hay quien te aguante.
Él se quedó mirando el suelo y comenzó a descargar el coche.
Una hora después había montado la tienda, la mesa, las sillas, el fogón portátil, hinchado las colchonetas, atado cuerdas entre dos árboles para colgar la ropa. Ella continuaba sin aparecer. Sudoroso, sin cambiarse de ropa se sentó frente a la mesa, abrió una libreta y durante un rato escribió, luego entro en la tienda y pocos segundos después se escuchó una detonación. Una mancha roja pareció en la lona de la tienda. Sobresaltado me acerqué temeroso a la parcela, me asomé al silencioso interior de la tienda esperando lo peor.
Hay gente que vive con la carga de una vida que no es la suya, respirando un aire que no es el suyo, aire viciado de rencor, indiferencia, aire que cobarde le entra a presión; hasta que explota con la misma fuerza con la que una bala hace estallar un globo hinchado al límite y deja el vacío de una vida ocupada por otra, sin futuro, sin amor.
Durante la mañana, el flujo de entradas, de nuevos campistas había sido continuo, flujo de entradas y de salidas, esperas en la recepción para registrarse, para que un mozo acompañase al recién llegada hasta la parcela asignada, espera para pagar, para hacer efectivo el pago de los días pasados, un prologo de la espera que al final a todos nos llegaría afrontar el último día.
Pensé en ese último día, el definitivo, el que no se sabe cuándo será. Hay quien pasa la vida esperando compungido a que llegue y le llega sin haber vivido, otros que adelantan la fecha por propia decisión, los que no se enterará de que han vivido ni para qué y los que la viven como si cada día fuera el último. Y los que la vida de otro absorbe la suya y sencillamente, no viven.
Este es el caso de los que llegaron pasados el mediodía. Él, contrariado por la parcela asignada con más sol que sombra, es que no se puede venir a estas horas; ella mordaz y seca con un látigo en la lengua, ¿a ver si no puedo despedirme de mi madre? Como tu no tienes… El hombre se paró en seco, a veces te… mi madre murió hace un més por si no lo recuerdas. Su mirada se volvió negra, ella le volvió la espada- Mira, me voy con los niños a ver la piscina que estás que no hay quien te aguante.
Él se quedó mirando el suelo y comenzó a descargar el coche.
Una hora después había montado la tienda, la mesa, las sillas, el fogón portátil, hinchado las colchonetas, atado cuerdas entre dos árboles para colgar la ropa. Ella continuaba sin aparecer. Sudoroso, sin cambiarse de ropa se sentó frente a la mesa, abrió una libreta y durante un rato escribió, luego entro en la tienda y pocos segundos después se escuchó una detonación. Una mancha roja pareció en la lona de la tienda. Sobresaltado me acerqué temeroso a la parcela, me asomé al silencioso interior de la tienda esperando lo peor.
Hay gente que vive con la carga de una vida que no es la suya, respirando un aire que no es el suyo, aire viciado de rencor, indiferencia, aire que cobarde le entra a presión; hasta que explota con la misma fuerza con la que una bala hace estallar un globo hinchado al límite y deja el vacío de una vida ocupada por otra, sin futuro, sin amor.
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