Después de recorrer con toda la cuadrilla las calles del pueblo, persiguiendo a niños, niñas, mozas, madres, abuelas y turistas, acabamos la
representación de la noche de Walpurgis borrachos y excitados. Me separé de mis
compañeros lobos buscando un sitio donde descargar por lo memos veinte cervezas. Con la piel de lobo
sobre los hombres, la capucha puesta, y los pantalón medio bajados, apoyado
sobre el roble que marca la salida hacia el bosque una voz a mi espalda me sorprendió
en el trance de apuntar el chorro lejos de mis botas.
- Hola lobo. Bonita noche de luna llena.
Sin consciencia de mi ni de mi situación, tal como estaba me giré hacia la voz.
- Ehh!! cuidado con lo que haces. ¡Ostras con el lobo, que es
eso que te traes entre manos!.
Allí estaba yo sosteniéndome el rabo, el otro, notando como mi sonrisa
crecía y los ojos se entrecerraban.
- Hola Caperucita, ¿que haces por aquí? ¿como es que no
estás en el baile?
- He paseado para tomar el aire, algo que he bebido o fumado
me ha mareado.
Caperucita se acercaba distraída haciendo ver que no miraba
mientras me subía los pantalones a media hasta.
- Lobo. ¿Quieres ver un secreto, algo mágico que tengo en la
cabaña de mi abuelita?
Sus ojos brillaban a la luz de la luna llena.
- Vamos.
Entramos en la estancia comiéndonos a besos. En susurros, entre risas y palabras me dijo...
- Lobo lobo, porque tienes esas manos tan grandes
- Para acariciarte mejor.
- Lobo, lobo, y esos dientes tan grandes?
- Estos dientes son para morderte mejor.
- ¿Y esa legua tan larga?
- Es para lamente mejor.
- y ese rabo tan largo
- Ese rabo es para hacerte aullar, Caperucita...
En ese momento escuchamos los gemidos de dos animales, los
gritos salvajes de dos seres fantásticos, jadeos que surgían desde detrás de la
puerta de la alcoba.
Temerosos y armado con el hierro de azuzar el fuego del
hogar me acerqué a la puerta tras la cual un creciente oleaje de gemidos
resonaban por toda la estancia.
De un golpe abrí la puerta y bajo la luz espectral de la
luna, dos cuerpos ensamblados se movían al ritmo de gritos y arañazos.
Joder, era el guarda forestal y la abuela de caperucita en
un formidable 69.
Con la sorpresa de nuestra aparición, el guarda se pegó un pedo, la abuelita cerro sus dientes alrededor de lo que se estaba comiendo, y el guarda en pleno delirio de placer y dolor, agarró la
escopeta y se lió a tiros con la cabeza del ciervo colgado sobre el marco de
la puerta.
Caperucita y yo salimos por piernas
Allí se acabó nuestra historia y lo que pudo ser un buen
polvo se quedó con el ulular de una ambulancia llevándose al forestal al
hospital y una historia que de correr de boca en boca llegó a ser lo que nunca fue.
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