19 mar 2014

CAPERUCITA Y EL LOBO, LA VERSION DEL LOBO

Después de recorrer con toda la cuadrilla las calles del pueblo, persiguiendo a niños, niñas, mozas, madres, abuelas y turistas, acabamos la representación de la noche de Walpurgis borrachos y excitados. Me separé de mis compañeros lobos buscando un sitio donde descargar por lo memos veinte cervezas. Con la piel de lobo sobre los hombres, la capucha puesta, y los pantalón medio bajados, apoyado sobre el roble que marca la salida hacia el bosque una voz a mi espalda me sorprendió en el trance de apuntar el chorro lejos de mis botas.
- Hola lobo. Bonita noche de luna llena.
Sin consciencia de mi  ni de mi situación, tal como estaba me giré hacia la voz.
- Ehh!! cuidado con lo que haces. ¡Ostras con el lobo, que es eso que te traes entre manos!.
Allí estaba yo sosteniéndome el rabo, el otro, notando como mi sonrisa crecía y los ojos se entrecerraban.
- Hola Caperucita, ¿que haces por aquí? ¿como es que no estás en el baile?
- He paseado para tomar el aire, algo que he bebido o fumado me ha mareado.
Caperucita se acercaba distraída haciendo ver que no miraba mientras me subía los pantalones a media hasta.
- Lobo. ¿Quieres ver un secreto, algo mágico que tengo en la cabaña de mi abuelita?
Sus ojos brillaban a la luz de la luna llena. 
- Vamos.


Entramos en la estancia comiéndonos a besos. En susurros, entre risas y palabras me dijo...
- Lobo lobo, porque tienes esas manos tan grandes
- Para acariciarte mejor.
- Lobo, lobo, y esos dientes tan grandes?
- Estos dientes son para morderte mejor.
- ¿Y esa legua tan larga?
- Es para lamente mejor.
- y ese rabo tan largo
- Ese rabo es para hacerte aullar, Caperucita...
En ese momento escuchamos los gemidos de dos animales, los gritos salvajes de dos seres fantásticos, jadeos que surgían desde detrás de la puerta de la alcoba.
Temerosos y armado con el hierro de azuzar el fuego del hogar me acerqué a la puerta tras la cual un creciente oleaje de gemidos resonaban por toda la estancia.
De un golpe abrí la puerta y bajo la luz espectral de la luna, dos cuerpos ensamblados se movían al ritmo de gritos y arañazos.
Joder, era el guarda forestal y la abuela de caperucita en un formidable 69.
Con la sorpresa de nuestra aparición, el guarda se pegó un pedo, la abuelita cerro sus dientes alrededor de lo que se estaba comiendo, y el guarda en pleno delirio de placer y dolor, agarró la escopeta y se lió a tiros con la cabeza del ciervo colgado sobre el marco de la puerta.
Caperucita y yo salimos por piernas

Allí se acabó nuestra historia y lo que pudo ser un buen polvo se quedó con el ulular de una ambulancia llevándose al forestal al hospital y una historia que de correr de boca en boca llegó a ser lo que nunca fue.

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