Era el último viernes del mes cuando Gloria aprovechaba para masturbarse. Ese el día los niños nunca se perdían la clase, tocaba diapositivas de dinosaurios; su marido asistía a la reunión mensual del consejo de administración, y su madre pasaba la mañana en la peluquería.
Gloria se tumbaba en el sofá, recordaba uno de los miles de polvos de su noviazgo, ahora reducidos a ocasionales sábados en su matrimonio, y se frotaba hábilmente el clítoris y los labios menores hasta alcanzar tantos orgasmos como tiempo le daba hasta las tres.
Ese día fin de mes ella disfrutaba en el sofá. Pero el mercado cerraba por obras; el proyector de diapositivas estaba estropeado; la reunión del consejo se había aplazado por enfermedad del jefe; y la madre había decidido en el último momento dejarse el pelo largo. Todos se encontraron en el ascensor, entraron por la puerta al mismo tiempo y Gloria soltó simultáneamente, una sonrisa nerviosa y un orgasmo.
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