Una Mirada Desde Fuera

De paseo por la rambla de mi pueblo, en la terraza del centro cultural, me siento y después de pedir un refresco creo a mi alrededor una ausente presencia desde la que observo a la gente que pasa. Miro desde afuera; dejo mi cuerpo sentado y me desplazo fuera de él observando el decorado. Desde esta distancia veo los movimientos de unas y de otros, su forma de gesticular y sus reacciones ante lo que sucede. Desde la silla que ocupo imagino conversaciones graves, preocupadas, desengañadas, alegres, cómplices. Hay un borracho. Habitual de la rambla, se arrellana en un banco centrado en lo más concurrido del paseo y poco a poco va sembrado sus pies de latas de la cerveza que una tras otra compra en la bodega de enfrente. De manera espontánea arenga al pueblo sobre el tráfico, sobre la justicia, y de la gente que circula hay quien incluso se para un poco mas allá para observar y escuchar las consignas inverosímiles del borracho. Al rato, la gente se habitúa y pasa a ser un accesorio más en la rambla. Desde mí entretenido dominio veo un pobre hombre alcohólico, triste desecho de la sociedad, una persona para la que el día a día es procurarse su punto de alcohol en sangre para continuar hasta las siguientes 24 horas sin otro fin.

Me pregunto que pasaría si en este banco del paseo en vez de ofrecerse la visión de una persona bebiendo de una lata o una botella sin freno hasta llegar al desvarío, se diera el caso de que un hombre o una mujer abriera un cigarro y después de aderezarlo convenientemente lo liara de nuevo para fumárselo con tranquila indiferencia. Oí decir en la radio a un tertuliano que el alcohol como tal no es una droga pues forma parte de nuestra cultura. La marihuana por el contrario no. No se que opinarán de esto los que mueren de cirrosis con toda su cultura a cuestas. Yo, que creo en la globalización, me beberé una botella de rioja y me fumaré un petardo marroquí. Todo sea por la cultura y el acercamiento entre los pueblos.